published by admin on Dom, 15/01/2012 - 19:01
De pequeña mi madre cuidaba de mí. Su tacto escurridizo y cercano prometía seguridad durante aquel viaje; aquel viaje imposible en el que muchas se perdieron, en el que el frío obligaba a seguir y que, a veces, se interrumpía gratamente ofreciendo un cálido sendero por el que avanzar sorteando enemigos y obstáculos que parecían no tener fin. En él fui creciendo con la esperanza de llegar al sur de España, el ansiado Guadalquivir que cambiaría mi gusto salado por otro salobre. Y mientras, mi cuerpo se fortalecía llenándose de apéndices vigorosos que hacían más fácil el camino.